El diván y la escena

Psicodrama, psicoanalisis y otras hierbas.

Psicodrama y verdad… ¿Qué verdad?

Por Carlos García Requena. Psicologo. Psicodramartista.
El psicodrama y los métodos asociados a él son instrumentos psicosociales de vastas aplicaciones. Como el poderoso instrumento que es, constituye algo más que un tipo de psicoterapia cuyos principios son aplicables a la educación, a la empresa, al desarrollo comunitario y, por supuesto, a la intervención social.
Se trata de un método que permite explorar los problemas psicológicos y sociales partiendo de la narración y la representación de escenas de la vida de los sujetos donde se condensan los conflictos y las dificultades que vive. Puede verse como un laboratorio dedicado a la exploración de los problemas psicosociales que aquejan a las personas; dicha exploración permite la aparición de nuevas miradas sobre los mismos hechos y por lo tanto, la posibilidad de nuevos posicionamientos en la realidad cotidiana de las personas.
A través del juego y la representación, el sujeto puede asomarse a los mismos hechos desde otro ángulo que permita ver aspectos antes velados. La dramatización allana el camino, el cuerpo habla y el discurso yerra, señalando en todo momento a aquello que el sujeto no puede o no quiere ver.
La escena muestra siempre algo novedoso que viene a poner en jaque nuestro posicionamiento en el mundo, dejando al descubierto la rigidez con la que hemos construido nuestra visión de las cosas. En la medida en que uno puede ver de otras maneras, también tiene la posibilidad de posicionarse y actuar desde lo alternativo. A través de la dramatización queda al descubierto que no somos tan víctimas de lo que nos pasa, y que siempre tenemos posibilidades de cambiar, aunque sea sensiblemente cierta parcela de realidad (o en último caso, asumir de manera más digna lo que vivimos).  Supone cierta posibilidad de viraje desde una realidad sufrida, a una realidad construida, previo paso, claro está, de cierto arancel que supone la asunción de una pérdida y la adquisición de una responsabilidad que antes se ajenizaba.
Ya hemos dicho anteriormente que el psicodrama se basa en la representación como medio para ayudar al sujeto a asomarse a su verdad.
Podríamos preguntarnos entonces: ¿qué verdad? ¿acaso no es suficiente la verdad que presenta quien viene a pedir alimentos a un servicio social? Evidentemente no hablamos de ese tipo de verdad, sino de la verdad del inconsciente. De nuevo…¿qué verdad es esa? La que atañe al deseo…¿qué deseo?… Y así nos podríamos pasar la vida…
Los sujetos nos contamos la realidad que vivimos como podemos, en muchos casos tratando de hacer que nuestro cuento sea lo más asequible posible para nuestra economía psíquica. Al construir nuestra propia versión de las cosas, fácilmente nos colocamos como víctimas y no como responsables de aquello que sufrimos. En ese acto de ausentarnos como sujetos quedamos imposibilitados en la posibilidad de buscar salidas, quedamos atrapados.
Recuperar la posibilidad del sujeto de responsabilizarse de su vida es ayudarle a salir de donde está, pero evidentemente, se trata de un camino más largo que el que él nos propone. Para él, es suficiente con que le demos lo que pide, pero aquellos que trabajamos en la línea de lo social (y Freud decía que toda psicología es social), no podemos quedarnos en ese acto de amamantar, sino que debemos buscar la vía que habilita a los sujetos en su propia búsqueda de recursos.
Existen las injusticias sociales y el hambre, no lo podemos negar. Hay personas fuera del sistema. Pero, ¿cómo es que quedó alguien fuera del sistema?, ¿cómo soporta alguien una injusticia?, ¿Cómo sigue siendo alguien víctima de un maltrato?… Son preguntas a menudo esquivadas que remiten a uno mismo. De esas, a veces, no queremos saber. No olvidemos que uno es el resultado de lo que vivió, de cómo lo vivió y de las decisiones que tomó. En definitiva, de su propio devenir como sujeto. Si no recorremos el camino que nos lleva a la responsabilidad sobre nuestra propia vida, quedamos atrapados para siempre en la cárcel del victimismo.
No quiere decir esto que no haya personas responsables que viven situaciones de malestar social, pero aún en situaciones muy complejas, siempre hay posibilidad de modificar, aunque sea en un pequeño grado, lo que uno vive. A menudo, pequeños cambios implican una mejor vivencia de las cosas.
El malestar tiene que ver con lo que no se quiere perder. Muchas personas se mantienen en situaciones incómodas porque no pueden renunciar a los beneficios secundarios que secretamente obtienen. En muchos casos, porque éste beneficio no es consciente y en otros porque hay una dificultad real para entender que perder es ganar.
Por ejemplo: Un individuo con un grado de minusvalía parcial. El paciente tenía posibilidad de demostrar con el tiempo que su minusvalía había disminuido y con ello, optar a posibilidades de trabajo. Llevaba mucho tiempo parado, pero su empeño en conservar la prestación le dificultaba salir de una situación depresiva fruto del tiempo de inactividad. La renuncia fue el camino para la apertura de nuevas posibilidades
¿Qué queremos decir con todo esto? Que siempre hay una verdad más allá de la que queremos contarnos, y hasta que no somos capaces de asomarnos a ella, permanecemos enquistados en el mismo lugar.
El encuadre psicodramático ayuda a ir desvelando cómo es el juego en el que cada sujeto queda atrapado. Un juego beneficioso por un lado y nefasto por otro. En la medida en que ese juego queda al descubierto, el sujeto tiene posibilidades de dejar de jugar y ocupar sus energías en construir de otra manera.

Ojo

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Acuarela y tinta China. A4. Nov. 13. Carlos García.

Más allá del espejo.

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Versión. Tinta China sobre lámina A4. Nov.13. Carlos García.

Siempre hay algo que perder…

Carlos García Requena. Reflexión.

A menudo culpamos a otros de lo que nos pasa. Es una manera fácil, aunque cutre, de desplumarnos de aquello que nos atañe. Podríamos pasar la vida quejándonos por las cosas terribles que hicieron otros, buscando a quienes culpar de nuestro malestar. Posiblemente, eso lo hemos hecho toda la vida y no nos llevó a ninguna parte.

La única pregunta verdaderamente importante es: ¿dónde estaba yo en todo esto? ¿Cómo abrí la puerta para participar de lo que me sucedió, aunque solo fuese de una remota manera? Siempre hay algo que nos corresponde, y a menudo, suele ser la clave para salir de donde estamos.

Las cuestiones que más nos inquietan, aquellas de las que no podemos desprendernos, son en realidad aquellas en las que desempeñamos un secreto papel que no estamos dispuestos a reconocer. Por eso el dolor dura, porque nos negamos a reconocer su fuente.

Es más difícil preguntarnos: ¿cómo me metí yo en esto? ¿Cuál es la responsabilidad con la que me evito encontrar a través de la queja?… y más cuando estoy absolutamente convencido de mi inocencia en algo. Cuanto más “absolutamente convencido”, más necesario es el cuestionamiento.

Preguntarse por uno mismo, más allá del otro, cambia el rumbo de las cosas, pues en ese acto dejo de situarme del costado de la víctima para internarme en el camino de las responsabilidades que escaqueo. No se trata de absolver al otro de su responsabilidad, sino de que cada cual cargue con lo propio.

La libertad tiene un precio. Siempre hay algo que perder. Si nos negamos a ello permanecemos siempre en el mismo lugar.

Inocencia y muerte

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Mis ojos cuentan la historia de lo que no debería ser presenciado.

Carlos García Requena. Septiembre 2013. Oleo sobre lienzo. 120×80. Original.

Paseo en otoño

Oleo sobre tela 90×70. Diciembre 2012. Carlos García Requena

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Ducha

Oleo sobre tela 100×80. Marzo 2013. Carlos García Requena

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Ojos de mis ojos

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Oleo sobre tela 135×60. Febrero 2013. Carlos García Requena

Sumergida

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Oleo sobre tela 90×65. Original. Enero 2013. Carlos García Requena

Busto de mujer

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Oleo sobre tela. Copia 50×65. Diciembre 2012. Carlos García Requena

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