El diván y la escena

Psicodrama, psicoanalisis y otras hierbas.

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Demanda y necesidad

Demanda y necesidad

Por Carlos García Requena. Psicólogos. Psicodramartista.

A menudo, demanda y necesidad social se usan indistintamente, y de ese uso indiscriminado surge una confusión. En la medida en que podamos diferenciar qué hay de cada cosa en el discurso del paciente/usuario, podremos llevar a cabo una adecuada intervención.
La necesidad tiene que ver con una carencia del orden de lo fisiológico, de lo vital. Una necesidad puede y debe ser satisfecha porque están en juego órdenes muy básicos donde la supervivencia adquiere primer plano.
Sin embargo, no todo lo que se pide se necesita.
La demanda es una expresión verbal que se basa en una creencia, en una hipótesis sobre lo que cada individuo imagina que mejorará su situación de malestar, y tiene que ver con la huella de las propias experiencias de satisfacción que fueron vividas por el sujeto. Se trata, en todo momento, de “lo que yo creo que necesito”, y en eso, hay una parte de realidad y una parte imaginaria que bebe de la historia del sujeto y tiene que ver con el deseo.
Un sujeto dependiente cree que la solución a su malestar es recibir una ayuda económica y eso es lo que demanda. ¿Es eso en realidad lo que necesita? No nos engañemos, posiblemente también necesite dinero, pero: ¿es el dinero lo único que puede satisfacer su malestar? ¿Por qué no el hecho de recibir asistencia de alguien que le ayude a realizar ciertas funciones? ¿Por qué no un curso de adiestramiento en la prestación de cuidados para algún familiar? Son sólo ejemplos…
Como vemos, separar aquí la necesidad de la demanda marca el camino de la intervención. Darle al individuo lo que cree que necesita no siempre es el camino.
En un sentido estricto, la demanda nunca es exactamente de lo que se dice porque tiene que ver con el deseo, con lo que uno ha imaginado que necesita. Si la demanda es la vía de expresión del deseo, y ya sabemos que el deseo siempre estará insatisfecho, satisfacer la demanda nos puede llevar a un bucle infinito.
No significa esto que lo que piden los usuarios no lo necesiten, sino que dentro de lo que piden, hay que diferenciar muy bien lo que es necesario satisfacer (o ayudar a satisfacer), de aquello que se queda por fuera de la necesidad y atiende más bien al deseo (pues este es responsabilidad de cada cual). Reconocer esa diferencia es la base de una intervención eficaz.
Ya tenemos clara una cosa… es preciso ayudar al sujeto a satisfacer su necesidad.
Pero, ¿qué hacemos con ese resto que queda fuera, con aquello del orden del deseo que es expresado en la demanda?…
Si le damos al usuario lo que demanda, el circuito se cierra y el individuo ya no se pregunta más. Satisfacer aniquila el deseo, y si el deseo muere, el individuo deja de moverse. ¿Cómo favorecer que el sujeto siga moviéndose en su particular búsqueda, cada vez más autónoma, de bienestar?
Resaltamos la posibilidad de no atender directamente la demanda, o hacerlo sólo parcialmente. Se trata de no cercenar esa energía que se pone en marcha cuando uno necesita (cosa que haría la satisfacción completa de la demanda), sino alentar que siga activa y lleve al sujeto a preguntarse más allá de la posición pasiva del “deme usted lo que yo necesito” (posición que por cierto, siempre es infantil-dependiente). En definitiva, se trata de trabajar con la demanda para darle la vuelta, de transformar una petición al otro en una pregunta que atañe a uno mismo. Se dice que “allí donde la demanda exige una respuesta, hay que instalar una interrogación”. Pero esto, sólo solo es posible en un contexto que permita la elaboración.
Una de las posibilidades pasa por una propuesta de participación en un grupo como los que planteamos, donde varias personas aquejadas de problemáticas similares o diferentes, comparten lo que les pasa. Como ya vimos anteriormente, el grupo es un lugar privilegiado, pues permite el descentramiento del discurso en el que el sujeto se halla inmerso y facilita una apertura resultado del contacto con otras maneras de pensar, sentir y vivir.
En esa apertura de la demanda al grupo, ésta ya no se despliega en una sola dirección. Las preguntas lanzadas por unos son respondidas por otros, de manera que el trabajador social puede dejar por un momento de ocupar ese lugar de demandado para acompañar en ese proceso de construcción de lazos que, en muchas ocasiones, permiten crear redes de ayuda.
En el grupo, se relanza el discurso anclado en una demanda fija, hacia otro lugar. Si al principio, uno viene pidiendo dinero, al final, acaba siempre hablando de otras cosas. Y en ese “hablar de otras cosas”, el sujeto empieza a desplegar su mundo interno en el que nos vamos encontrando con claves que serán indicadores de cómo ha llegado a verse donde está (y por lo tanto, también claves para su salida).
Una viñeta clínica vendrá a ilustrar algunas de las cosas señaladas hasta ahora en relación a una demanda que, como ya hemos dicho, contiene siempre algo que no corresponde con la actualidad, se trata de una demanda infantil.
En un grupo de psicoterapia, un paciente con minusvalía física leve se queja porque administrativamente no le conceden cierto grado que implicaría una pensión mayor. Durante varias sesiones, el paciente se instaló en la queja acerca del sistema, en una posición pasiva que demandaba insistentemente la participación de un otro. En una de las sesiones de psicodrama, ocurre algo que cambia de dirección su discurso. En plena queja sobre una situación vivida en el despacho de un trabajador social con el que ha discutido porque no le daba lo que pedía, aparece el recuerdo de una escena infantil donde siente lo mismo. En esa escena, que recuerda como muy antigua, él se ha caído y se ha hecho una herida. Llora y reclama la atención de la madre que, ocupada en otras cosas, no puede atenderle debidamente. La escena se dramatiza, y en el trascurso de la misma, el protagonista verbaliza: “¡préstame atención!”, “¡mírame, me he hecho daño!”. Al destaparse y jugar ésta escena, el paciente conecta con ese sentimiento de desatención que relaciona con la situación actual. El grupo le señala la exigencia con que lo pide, y esto le permite conectarse con la escena actual, donde exige al técnico satisfacción. Más allá de esto, identifica la ocupación de la madre con la cantidad de casos que el trabajador social tiene que atender, y eso le lleva a tomar conciencia de que por más que insista, hay un límite a su demanda. ¿Qué le queda entonces?… la pregunta que se abre a continuación tiene que ver consigo mismo: ¿qué puedo hacer yo?… esta pregunta cambia la dirección de la mirada y posibilita la apertura del discurso a un campo nuevo donde la responsabilidad de lo propio es la puerta de salida.
En el pedir, siempre hay un grado de dependencia. Y no olvidemos que si el objetivo de la intervención es ayudar a que los sujetos sean cada vez más autónomos, no solamente se trata de darles, sino de que tomen conciencia de cómo pueden hacer para autosatisfacerse. Eso implica poder tomar conciencia de cómo contribuyen a su estado y elaborar maneras de hacerse cargo de sí mismos (a veces, al precio de ciertas renuncias).
De esto, fundamentalmente, es de lo que trata el psicodrama freudiano, de la elaboración de un duelo por lo que no puede ser y el relanzamiento hacia lo que sí.

Psicodrama y verdad… ¿Qué verdad?

Por Carlos García Requena. Psicologo. Psicodramartista.
El psicodrama y los métodos asociados a él son instrumentos psicosociales de vastas aplicaciones. Como el poderoso instrumento que es, constituye algo más que un tipo de psicoterapia cuyos principios son aplicables a la educación, a la empresa, al desarrollo comunitario y, por supuesto, a la intervención social.
Se trata de un método que permite explorar los problemas psicológicos y sociales partiendo de la narración y la representación de escenas de la vida de los sujetos donde se condensan los conflictos y las dificultades que vive. Puede verse como un laboratorio dedicado a la exploración de los problemas psicosociales que aquejan a las personas; dicha exploración permite la aparición de nuevas miradas sobre los mismos hechos y por lo tanto, la posibilidad de nuevos posicionamientos en la realidad cotidiana de las personas.
A través del juego y la representación, el sujeto puede asomarse a los mismos hechos desde otro ángulo que permita ver aspectos antes velados. La dramatización allana el camino, el cuerpo habla y el discurso yerra, señalando en todo momento a aquello que el sujeto no puede o no quiere ver.
La escena muestra siempre algo novedoso que viene a poner en jaque nuestro posicionamiento en el mundo, dejando al descubierto la rigidez con la que hemos construido nuestra visión de las cosas. En la medida en que uno puede ver de otras maneras, también tiene la posibilidad de posicionarse y actuar desde lo alternativo. A través de la dramatización queda al descubierto que no somos tan víctimas de lo que nos pasa, y que siempre tenemos posibilidades de cambiar, aunque sea sensiblemente cierta parcela de realidad (o en último caso, asumir de manera más digna lo que vivimos).  Supone cierta posibilidad de viraje desde una realidad sufrida, a una realidad construida, previo paso, claro está, de cierto arancel que supone la asunción de una pérdida y la adquisición de una responsabilidad que antes se ajenizaba.
Ya hemos dicho anteriormente que el psicodrama se basa en la representación como medio para ayudar al sujeto a asomarse a su verdad.
Podríamos preguntarnos entonces: ¿qué verdad? ¿acaso no es suficiente la verdad que presenta quien viene a pedir alimentos a un servicio social? Evidentemente no hablamos de ese tipo de verdad, sino de la verdad del inconsciente. De nuevo…¿qué verdad es esa? La que atañe al deseo…¿qué deseo?… Y así nos podríamos pasar la vida…
Los sujetos nos contamos la realidad que vivimos como podemos, en muchos casos tratando de hacer que nuestro cuento sea lo más asequible posible para nuestra economía psíquica. Al construir nuestra propia versión de las cosas, fácilmente nos colocamos como víctimas y no como responsables de aquello que sufrimos. En ese acto de ausentarnos como sujetos quedamos imposibilitados en la posibilidad de buscar salidas, quedamos atrapados.
Recuperar la posibilidad del sujeto de responsabilizarse de su vida es ayudarle a salir de donde está, pero evidentemente, se trata de un camino más largo que el que él nos propone. Para él, es suficiente con que le demos lo que pide, pero aquellos que trabajamos en la línea de lo social (y Freud decía que toda psicología es social), no podemos quedarnos en ese acto de amamantar, sino que debemos buscar la vía que habilita a los sujetos en su propia búsqueda de recursos.
Existen las injusticias sociales y el hambre, no lo podemos negar. Hay personas fuera del sistema. Pero, ¿cómo es que quedó alguien fuera del sistema?, ¿cómo soporta alguien una injusticia?, ¿Cómo sigue siendo alguien víctima de un maltrato?… Son preguntas a menudo esquivadas que remiten a uno mismo. De esas, a veces, no queremos saber. No olvidemos que uno es el resultado de lo que vivió, de cómo lo vivió y de las decisiones que tomó. En definitiva, de su propio devenir como sujeto. Si no recorremos el camino que nos lleva a la responsabilidad sobre nuestra propia vida, quedamos atrapados para siempre en la cárcel del victimismo.
No quiere decir esto que no haya personas responsables que viven situaciones de malestar social, pero aún en situaciones muy complejas, siempre hay posibilidad de modificar, aunque sea en un pequeño grado, lo que uno vive. A menudo, pequeños cambios implican una mejor vivencia de las cosas.
El malestar tiene que ver con lo que no se quiere perder. Muchas personas se mantienen en situaciones incómodas porque no pueden renunciar a los beneficios secundarios que secretamente obtienen. En muchos casos, porque éste beneficio no es consciente y en otros porque hay una dificultad real para entender que perder es ganar.
Por ejemplo: Un individuo con un grado de minusvalía parcial. El paciente tenía posibilidad de demostrar con el tiempo que su minusvalía había disminuido y con ello, optar a posibilidades de trabajo. Llevaba mucho tiempo parado, pero su empeño en conservar la prestación le dificultaba salir de una situación depresiva fruto del tiempo de inactividad. La renuncia fue el camino para la apertura de nuevas posibilidades
¿Qué queremos decir con todo esto? Que siempre hay una verdad más allá de la que queremos contarnos, y hasta que no somos capaces de asomarnos a ella, permanecemos enquistados en el mismo lugar.
El encuadre psicodramático ayuda a ir desvelando cómo es el juego en el que cada sujeto queda atrapado. Un juego beneficioso por un lado y nefasto por otro. En la medida en que ese juego queda al descubierto, el sujeto tiene posibilidades de dejar de jugar y ocupar sus energías en construir de otra manera.

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