El diván y la escena

Psicodrama, psicoanalisis y otras hierbas.

Olas

Óleo sobre tela. 118×81 Abril 2015. Carlos Garcia.   

  

Si el significante hablase…

Por Carlos García. 

Hace tiempo que vengo observando algo que hace puente entre el acto de pintar y la concepción significante del inconsciente. Decía Lacan que un significante no significa nada en sí mismo, pues solo lo hace en la medida en que se inserta en una cadena. Al igual que en el lenguaje, donde la letra se inserta en una palabra, que forma parte de una frase y de un discurso,  en la pintura, un color adquiere significado en la medida que se entiende en relación con otros. 

Por ejemplo: la palabra “pico”, nos habrá llevado a cada cual a un lugar concreto. Podemos pensar en el acto en primera persona de “picar”, en el pico de un ave, en un utensilio de labor, en un indicativo de cantidad (“esto vale un pico”), en la esquina de un objeto o, como dicen en la tierra de mis padres,  en un pico-esquina, que a fin de cuentas señala lo que viene siendo el “chaflán” de un edificio. También, y ya desde la metáfora, podemos “abrir el pico” para poder hablar. Podemos pensar en “irnos de picos pardos” cuando el cuerpo alborotado se ilusiona, o de “picar” algo cuando el estómago nos demanda asueto. Quizás también sirva para el caso la expresión “meterse un pico”, tan sonada en el argot del goce con las sustancias, o lo que se refiere al acto de “chinchar” para estimular la competencia con el otro.  Sea como sea, “pico” sólo significa algo en concreto cuando se lo inserta en un discurso que le da sentido, en una cadena que lo contextualiza y lo significa. 

Más allá de la polisemia semántica, nos interesa señalar que el significante “pico” nos llevará a cada cual de nosotros a recuerdos distintos, a lugares del psiquismo diferentes que estarán impregnados por la propia subjetividad, por la propia historia. El inconsciente está escrito como un lenguaje en tanto que funciona con una estructura significante donde los elementos significan solo en relación a un contexto. Por ello la realidad, siempre es subjetiva y cada cual vive una misma situación “a su manera”. 

Entendí lo que significa el significante pintando. Lo sentí, diría yo. 

Andaba dando forma a “oleaje”, un obsesivo ejercicio de entretenimiento donde con una estrecha gama de un mismo color pretendía captar un momento en la historia de un mar embravecido. De repente, me vi atrapado en el intento de copiar “al pie de la letra” cada color que de forma aislada intentaba identificar en la fotografía original, con el objetivo de trasladar el mismo ambiente a la composición. Profundidades, movimiento, sombras y luces sólo podían ser sugeridas con pequeñas variaciones de la estrecha gama de que disponía, obligando a recurrir a la sutileza para mostrar la diferencia. 

Fue ahí cuando de repente descubrí que no importaba tanto el color que utilizase, pues en el momento en que un color (un significante) era puesto en relación con otro, adquiría para la percepción otra tonalidad distinta a la que ofrecía en solitario. Un mismo color verde parecía más oscuro cuando estaba al lado de otro más claro, y al revés. Colores que en un principio eran aberrantes fuera de la composición, cobraron sentido al situarse en los lugares apropiados que los acogían contextualizándolos en un discurso con sentido.  

Entonces las cosas empezaron a ordenarse de otra manera. Un perezoso gris oscuro podía hacerse pasar por blanco si discretamente buscaba la sombra para descansar, mientras que los cobrizos, burlones, se encaprichaban por emular los reflejos del sol vespertino en las olas.

En ese momento sentí, que el universo es significantemente significante. Desde entonces, al saber de su importancia, los significantes se han puesto chulos y los significados han tratado de escurrir el bulto, mientras que a mi se me ha despertado un extraño empeño en preguntarme qué ocurría si simplemente cambiaran de lugar, o simplemente les diera por escoger mejores compañías. 

Porque no es lo mismo atarte que amarte. Sin duda. 



¡Dirigentes!…

Sobre la corrupción del dirigente…

Freud escribe en tótem y tabú sobre las relaciones de los pueblos con las figuras de poder en civilizaciones primitivas…

“Estos pueblos creen necesario vigilar a sus reyes para que empleen convenientemente sus fuerzas, porque no están nada seguros de sus buenas intenciones ni de su lealtad. No vive en ellas el monarca sino para sus súbditos; su vida no tiene valor más que mientras cumple las obligaciones de su cargo y regula el curso de su naturaleza para el bien de su pueblo. A partir del momento en el que descuida o cesa de cumplir tales obligaciones, se transforma en odio y desprecio la atención, la fidelidad y la veneración religiosa de que gozaba, siendo expulsado vergonzosamente y pudiendo estimarse dichoso cuando consigue salvar su vida.
Su rey es su dios —piensan—, debe mostrarse también su protector, y desde el momento en que no quiere protegerlos, debe ceder su puesto a otro más inclinado a hacerlo»

Pasaje de: Freud, Sigmund. “Tótem y tabú.” iBooks.

Vivimos tiempos donde es difícil creer en la ley y en la justicia porque aquellos que encarnaron su portavocía abusaron de la confianza que el pueblo les dio. Amos de una ley que hicieron puta no se dan cuenta de la herida que dejan para todos… No es solo lo robado… es una herida de muerte que dejan a sus hijos, a los nuestros. La herida del descreimiento… Como decía la canción… «Y otra herida en el corazón… Que fue la que le mato…»… Porque ya sabemos que al corazón traicionado le cuesta volver a confiar…

Nos llaman a la obediencia desde el fraude y nos piden que confiemos… En que?
¿En una ley que deja fuera a los villanos?… ¿Que deja fuera a las princesas?…
¿Que podemos sentir cuando quienes nos dicen que respetemos los pactos los violan a nuestras espaldas?
¿Por que mantenemos en el poder a quienes no aman su pueblo?
Mal asunto… La crisis es una crisis de ley… Una locura donde el legislador no es legislado… Donde el pueblo se debate moribundo bajo la mirada de quienes engordan su hacienda mientras otros se quedan sin casa…

Porque parece ser condición humana corromperse en el poder y aprovechar las coyunturas más allá de la bandera, se hacen necesarios los mecanismos de control al poderoso.
Porque quien ama a su pueblo no lo engaña.

Carlos G. R.

Arenal

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Arenal. Acuarela A4. Agosto 2014. Carlos García.

Peces

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Peces. Acuarela A4. Agosto 2014. Carlos García.

Mirada

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Mirada. Acuarela. A4. Agosto 2014. Carlos García.

S. Freud

S

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S. Freud. Retrato. Carboncillo. A4. Agosto 2014. Carlos García

Oleajes

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Oleajes. Oleo sobre tela. 120×50. Abril 2014. Carlos García.

El juego. Espacio de elaboración.

Por Carlos García Requena. Psicologo. Psicodramartista.

“El juego, en psicodrama, rompe con las dimensiones corporales y espaciales de la “realidad” grupal. Un juego siempre imaginario, que representa, que revive a los personajes, las escenas y los afectos ausentes.”
Winnicott, en su concepción del juego, habló sobre esa capacidad de crear un espacio intermedio entre lo que está afuera y lo que está adentro. Ese espacio transicional es uno de los pilares sobre los que se basa el psicodrama al proponer el juego como elemento de exploración, aprendizaje, elaboración de las temáticas conflictivas, etc. Al jugar, el niño crea un espacio intermedio donde puede desplegar su mundo interno e interaccionar con los objetos, lo que le permite elaborar situaciones, aprender, afinar habilidades, etc.
Freud advirtió también el potencial del juego como medio de elaboración psíquico. En su obra describe cierta observación relacionada con el juego que su nieto hacía con un carretel. A éste juego, Freud le llamo Fort-Da, y está considerado como la matriz del psicodrama.
El niño tenía 16 meses y prácticamente no hablaba. Cuando su madre se ausentaba, no lloraba. Solía arrojar lejos de sí todo tipo de objetos emitiendo un sonido prolongado “oooooohhh” al tiempo que sonreía pleno de satisfacción. Un día, Freud descubrió que el niño había construido un juego un poco más elaborado a partir de un carretel que tenía atado un hilo. El juego tenía dos tiempos:
Lo arrojaba desde la cama, gritando ese “ooooohhhhh”, que como afirmaba la familia significaba “fort” (partida-lejos)…
Y luego recogía el hilo y recuperaba el carretel con gran alegría, al tiempo que decía decía “da” (he aquí-acá).
Este era el juego completo de desaparición y retorno.
Nosotros consideramos que en el juego del carretel o fort-da descrito por Freud, está condensada la esencia del psicodrama, pues constituye la matriz simbólica sobre la que puede asumirse la pérdida. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa el juego del fort-da?
Significa la posibilidad de simbolizar algo. ¿Simbolizar? Sustituir un objeto por otro. El carretel puede ser el equivalente a la madre, pero también de todo aquello que es susceptible de desaparecer, de ser perdido. Freud decía que la vida es un constante duelo y la enfermedad es la forma en que nos defendemos de asumir dichas pérdidas.
Mediante el juego, el niño puede ir elaborando sus afectos y sus deseos, canalizando una salida a la conflictividad de su mundo interno, una salida simbólica a la realidad que vive. El juego le permite al niño dejar de ser pasivo, le da la oportunidad de tomar parte activa en el proceso de asimilación de los pequeños o grandes traumas que todo desarrollo conlleva. Jugar ofrece la oportunidad de no quedar detenido, de dar salida a lo que no tuvo oportunidad de ser expresado. Es por tanto, un vehículo de expresión.
Cuando el niño juega a pelear, está simbolizando su impulso agresivo. Cuando juega a cuidar enfermos, desarrolla los afectos compasivos y amorosos con el otro. Todos recordamos esos documentales de la dos a la hora de la siesta donde los cachorros de cualquier especie juegan con sus hermanos a un juego que en realidad es un entrenamiento, un como sí del juego de la vida. El niño juega, y en ese movimiento aprende a vivir.
En psicodrama elegimos el juego, la dramatización como elemento de cambio, porque da la posibilidad de simbolizar, de poner en palabras y en acción aquello que permanece encerrado, creando conflicto, malestar y síntoma.
“En el psicodrama hablamos de una verdad trascendente que se halla más allá de lo que es obvio, ya que se trata de la puesta en escena, de manera no solo rememorada, sino también representada, de lo vivido”.
Hablamos de juego dramático cuando utilizamos la puesta en escena o la dramatización como vía de realización y de re-creación de la propia vida. Se trata de una puesta en acción de lo que se haya detenido, un jugar activo y voluntario con la finalidad de aprender, de crecer. Al movilizar lo que quedó estancado, se da la posibilidad de un movimiento de resolución.
El psicodrama es una invitación al juego. Un revivir, a través de la escena, algo que sucedió. Y al re-vivirlo, crear una nueva oportunidad de contemplar, ahora desde cierta distancia para poder comprender mejor. Esa distancia es lo necesario, alejarme, para poder acercarme de otra manera.
Se trata por tanto de dramatizar, para desdramatizar. De poner en escena lo que de otro modo quedaría en el imaginario, y ya sabemos, que es precisamente que es aquello que se imagina lo que nos aterra. En la medida en que podemos acercarnos a aquello que tanto miedo nos daba, que nos atrevemos a quitar la sábana al fantasma, nos damos cuenta de que debajo no hay nada. El psicodrama permite ese acercamiento y esa posibilidad.
Sin embargo, no todo juego vale. Moreno tuvo la intuición acertada de comprender el potencial del juego, pero su propuesta llevaba a los sujetos a una cierta realidad paralela de la que el psicodrama freudiano se desmarca. Podríamos pensar que podemos jugar a ser dichosos cuando no lo somos, o fantasear con que dijimos lo que en realidad no pudimos decir. Esto estaría bien desde el punto de vista de obtener cierta satisfacción catártica, pero sería crear una realidad que no existió. Es por eso, que en psicodrama freudiano se trabaja con la pérdida, con la falta. No se crean escenas restitutorias donde se transforma el final ni se busca el happy end. No se incita al sujeto a que haga lo que no hizo, sino que se le pregunta acerca de cómo es que no lo pudo hacer. Se trata de poder poner en palabras la dificultad, para ayudar al sujeto a ver qué le limita, y desde ahí, aceptando ciertos límites, poder ir más allá. En definitiva, se trata de simbolizar la pérdida para poderla asumir.
Asumir lo que no puede ser, para poder abrirse a lo que sí. Como veremos más adelante cuando hablemos de las identificaciones, el psicodrama tratará de romper con las identificaciones alienantes y permitir al sujeto más grados de libertad. Sin embargo, esto solo ocurre al precio de una renuncia, la renuncia que supone dejar de aspirar a ciertas cosas.
En un grupo con personas que llevan largo tiempo paradas, uno de los participantes cuenta cómo está cansado de llamar a tantas puertas y no recibir nunca trabajo. Al desplegar su discurso, recuerda cómo su madre se quejaba constantemente de cómo le iba con su padre. La queja une las dos escenas. Al representar una escena donde él escucha la queja de su madre en relación a su padre ausente, el protagonista toma conciencia de: “Tanto quejarse… ¿por qué no hace nada”… El animador le señala el lapsus… “por qué no hace nada”… en todo caso sería… “¿Por qué no hace algo?”. Esa puntuación le lleva a darse cuenta de cómo él tampoco hace nada… En realidad, se pasa el día en casa, buscando por internet ofertas de trabajo… Termina dándose cuenta de cómo a renuncia a la comodidad es una de las maneras de salir del atolladero en el que se encuentra (lo mismo que tenía atrapada a su madre).
En ésta viñeta observamos, varios aspectos importantes de la forma en que procede el psicodrama freudiano. Por un lado, cómo una escena (la actual, donde el protagonista cuenta cómo está cansado de llamar a tantas puertas) da lugar a otra escena (la familiar); el trabajo con la escena familiar permite tomar conciencia de una repetición y abre la posibilidad a una opción nueva, pero al precio de una renuncia. Por otro lado, observamos cómo el lapsus que comete el paciente sirve para acceder a otra realidad diferente que hace virar el discurso del paciente. En ese descarrilamiento, se despliega otra realidad donde el sujeto ya no es víctima, sino responsable de lo que le sucede. Del lapsus y otras manifestaciones del inconsciente, y debido a que son elementos esenciales en el psicodrama freudiano, hablaremos cuando pongamos atención en el discurso.
Como en el carretel de Freud, el juego permite un retorno, una escena pasada, un revivir lo que allí ocurrió y poner en el presente lo olvidado. Pero ese retorno nunca es el esperado. La escena trae consigo novedades, porque el recuerdo siempre es diferente, porque al contarlo, el animador cuestiona el discurso y lo abre a otros lugares, porque los protagonistas nunca se comportan tal cual sucedió en ese otro momento en el que el recuerdo quedó congelado, porque lo que se dice mueve siempre el punto de vista, etc. La escena se guardó de forma subjetiva, de manera que al contarse y vivirse otra vez, algo novedoso vendrá a un primer plano. Algo que sin duda aportará información importante.
En el proceso de dramatización que promueve el juego, algo deja de ser interno, para ser externo y observable, deja de ser imagen mental para ser palabra o acción. O mejor dicho, pasa de lo interno, a ese lugar que tampoco externo, que tampoco es la realidad, sino un intermedio que se despliega en el acto de jugar. Ese proceso de exteriorización es lo que conocemos como el paso desde lo imaginario a lo simbólico. Un ejemplo claro de esto lo vivimos constantemente: Todos hemos vivido cómo da vueltas un pensamiento sobre algo que nos ocurrió con otra persona, cómo quedamos martirizados por ese ruido mental por no asumir la responsabilidad de reconocer ante ese otro el punto en el que nos quedamos parados (por vergüenza, por miedo a escuchar lo que tememos, etc.). Ese dar vueltas imaginario lleva a crear teorías, a desplegar temores y fantasmas, etc. Si tenemos la oportunidad de hablar lo que sucedió con esa otra persona, aquello que imaginamos queda confrontado y todo el humo mental creado en torno al suceso queda despejado por una nueva realidad, por mala que sea. Hablar las cosas, ponerlas en palabras, y en definitiva, simbolizarlas, es la puerta de salida para el atrapamiento imaginario.
Vemos de nuevo cómo el cambio se produce por efecto del duelo, pues atreverse a perder aquello que se protegía a través del a vergüenza o el miedo es la puerta para cierta liberación del encadenamiento imaginario. El atrevimiento a plantear lo sucedido tiene que ver con la capacidad de pérdida.
Sin ir más lejos… ustedes tendrán preguntas… ¿por qué no las formulan? Unos no lo harán porque piensan que sus preguntas son absurdas. Otros creen que molestarán al plantear lo que creen que los demás saben. La pregunta queda en el imaginario, sin responder. Pero alguien corre el riesgo y plantea la cuestión. En ese momento, lo imaginario se rompe y las palabras abren la posibilidad de conocer algo nuevo, algo que hubiera quedado velado de no ser por el atrevimiento. El riesgo, la capacidad para asimilar la falta y asumir que hay algo que no se entiende, es lo que abre la posibilidad de entenderlo. Aquí vemos de nuevo un ejemplo de cómo es sobre duelo sobre lo que siempre se está trabajando.

Demanda y necesidad

Demanda y necesidad

Por Carlos García Requena. Psicólogos. Psicodramartista.

A menudo, demanda y necesidad social se usan indistintamente, y de ese uso indiscriminado surge una confusión. En la medida en que podamos diferenciar qué hay de cada cosa en el discurso del paciente/usuario, podremos llevar a cabo una adecuada intervención.
La necesidad tiene que ver con una carencia del orden de lo fisiológico, de lo vital. Una necesidad puede y debe ser satisfecha porque están en juego órdenes muy básicos donde la supervivencia adquiere primer plano.
Sin embargo, no todo lo que se pide se necesita.
La demanda es una expresión verbal que se basa en una creencia, en una hipótesis sobre lo que cada individuo imagina que mejorará su situación de malestar, y tiene que ver con la huella de las propias experiencias de satisfacción que fueron vividas por el sujeto. Se trata, en todo momento, de “lo que yo creo que necesito”, y en eso, hay una parte de realidad y una parte imaginaria que bebe de la historia del sujeto y tiene que ver con el deseo.
Un sujeto dependiente cree que la solución a su malestar es recibir una ayuda económica y eso es lo que demanda. ¿Es eso en realidad lo que necesita? No nos engañemos, posiblemente también necesite dinero, pero: ¿es el dinero lo único que puede satisfacer su malestar? ¿Por qué no el hecho de recibir asistencia de alguien que le ayude a realizar ciertas funciones? ¿Por qué no un curso de adiestramiento en la prestación de cuidados para algún familiar? Son sólo ejemplos…
Como vemos, separar aquí la necesidad de la demanda marca el camino de la intervención. Darle al individuo lo que cree que necesita no siempre es el camino.
En un sentido estricto, la demanda nunca es exactamente de lo que se dice porque tiene que ver con el deseo, con lo que uno ha imaginado que necesita. Si la demanda es la vía de expresión del deseo, y ya sabemos que el deseo siempre estará insatisfecho, satisfacer la demanda nos puede llevar a un bucle infinito.
No significa esto que lo que piden los usuarios no lo necesiten, sino que dentro de lo que piden, hay que diferenciar muy bien lo que es necesario satisfacer (o ayudar a satisfacer), de aquello que se queda por fuera de la necesidad y atiende más bien al deseo (pues este es responsabilidad de cada cual). Reconocer esa diferencia es la base de una intervención eficaz.
Ya tenemos clara una cosa… es preciso ayudar al sujeto a satisfacer su necesidad.
Pero, ¿qué hacemos con ese resto que queda fuera, con aquello del orden del deseo que es expresado en la demanda?…
Si le damos al usuario lo que demanda, el circuito se cierra y el individuo ya no se pregunta más. Satisfacer aniquila el deseo, y si el deseo muere, el individuo deja de moverse. ¿Cómo favorecer que el sujeto siga moviéndose en su particular búsqueda, cada vez más autónoma, de bienestar?
Resaltamos la posibilidad de no atender directamente la demanda, o hacerlo sólo parcialmente. Se trata de no cercenar esa energía que se pone en marcha cuando uno necesita (cosa que haría la satisfacción completa de la demanda), sino alentar que siga activa y lleve al sujeto a preguntarse más allá de la posición pasiva del “deme usted lo que yo necesito” (posición que por cierto, siempre es infantil-dependiente). En definitiva, se trata de trabajar con la demanda para darle la vuelta, de transformar una petición al otro en una pregunta que atañe a uno mismo. Se dice que “allí donde la demanda exige una respuesta, hay que instalar una interrogación”. Pero esto, sólo solo es posible en un contexto que permita la elaboración.
Una de las posibilidades pasa por una propuesta de participación en un grupo como los que planteamos, donde varias personas aquejadas de problemáticas similares o diferentes, comparten lo que les pasa. Como ya vimos anteriormente, el grupo es un lugar privilegiado, pues permite el descentramiento del discurso en el que el sujeto se halla inmerso y facilita una apertura resultado del contacto con otras maneras de pensar, sentir y vivir.
En esa apertura de la demanda al grupo, ésta ya no se despliega en una sola dirección. Las preguntas lanzadas por unos son respondidas por otros, de manera que el trabajador social puede dejar por un momento de ocupar ese lugar de demandado para acompañar en ese proceso de construcción de lazos que, en muchas ocasiones, permiten crear redes de ayuda.
En el grupo, se relanza el discurso anclado en una demanda fija, hacia otro lugar. Si al principio, uno viene pidiendo dinero, al final, acaba siempre hablando de otras cosas. Y en ese “hablar de otras cosas”, el sujeto empieza a desplegar su mundo interno en el que nos vamos encontrando con claves que serán indicadores de cómo ha llegado a verse donde está (y por lo tanto, también claves para su salida).
Una viñeta clínica vendrá a ilustrar algunas de las cosas señaladas hasta ahora en relación a una demanda que, como ya hemos dicho, contiene siempre algo que no corresponde con la actualidad, se trata de una demanda infantil.
En un grupo de psicoterapia, un paciente con minusvalía física leve se queja porque administrativamente no le conceden cierto grado que implicaría una pensión mayor. Durante varias sesiones, el paciente se instaló en la queja acerca del sistema, en una posición pasiva que demandaba insistentemente la participación de un otro. En una de las sesiones de psicodrama, ocurre algo que cambia de dirección su discurso. En plena queja sobre una situación vivida en el despacho de un trabajador social con el que ha discutido porque no le daba lo que pedía, aparece el recuerdo de una escena infantil donde siente lo mismo. En esa escena, que recuerda como muy antigua, él se ha caído y se ha hecho una herida. Llora y reclama la atención de la madre que, ocupada en otras cosas, no puede atenderle debidamente. La escena se dramatiza, y en el trascurso de la misma, el protagonista verbaliza: “¡préstame atención!”, “¡mírame, me he hecho daño!”. Al destaparse y jugar ésta escena, el paciente conecta con ese sentimiento de desatención que relaciona con la situación actual. El grupo le señala la exigencia con que lo pide, y esto le permite conectarse con la escena actual, donde exige al técnico satisfacción. Más allá de esto, identifica la ocupación de la madre con la cantidad de casos que el trabajador social tiene que atender, y eso le lleva a tomar conciencia de que por más que insista, hay un límite a su demanda. ¿Qué le queda entonces?… la pregunta que se abre a continuación tiene que ver consigo mismo: ¿qué puedo hacer yo?… esta pregunta cambia la dirección de la mirada y posibilita la apertura del discurso a un campo nuevo donde la responsabilidad de lo propio es la puerta de salida.
En el pedir, siempre hay un grado de dependencia. Y no olvidemos que si el objetivo de la intervención es ayudar a que los sujetos sean cada vez más autónomos, no solamente se trata de darles, sino de que tomen conciencia de cómo pueden hacer para autosatisfacerse. Eso implica poder tomar conciencia de cómo contribuyen a su estado y elaborar maneras de hacerse cargo de sí mismos (a veces, al precio de ciertas renuncias).
De esto, fundamentalmente, es de lo que trata el psicodrama freudiano, de la elaboración de un duelo por lo que no puede ser y el relanzamiento hacia lo que sí.

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